Inicio Durango Oficial Macabra realidad, conoce la historia del cadáver de Francisco Zarco.

Macabra realidad, conoce la historia del cadáver de Francisco Zarco.

por Contacto Durango

Francisco Zarco, ese entrañable periodista liberal de corta pero intensa existencia, excelente reportero del Congreso de la Constitución liberal de 1857, redactor jefe de El Siglo Diez y Nueve, autodidacta, ministro de Relaciones Exteriores y ministro de Gobernación después de la Guerra de Reforma, pero siempre, y ante todo, legendario periodista. Había vivido con extrema modestia, pero a la hora de su muerte la patria liberal se esforzó en recompensarlo.

Don Francisco se murió de manera prematura en diciembre de 1869, a los 40 años. Unos dicen que de tuberculosis, otros dicen que de alguna otra porquería igual de nociva pero no muy claramente identificada, que pescó durante la segunda mitad de 1860, el último año de la guerra de Reforma, cuando, atrapado por la autoridad conservadora que dominaba la ciudad de México, lo encerraron en la legendaria, malsana  e infame cárcel que desde hacía décadas acumulaba una fama miserable: La Acordada.

Zarco se murió un 22 de diciembre, con cuarenta años y diecinueve días cumplidos. La ciudad se puso de luto, y todos los liberales de importancia, también. Su entierro, fue impresionante, así lo cuentan historias escritas y que continúan reposando.

La incógnita es que aquel funeral tan llamativo lleno de honores era hecho hacia un ataúd que no tenía cadáver,  engañando a toda la población que se había dado a la tarea de asistir a darle el último adiós el reformador.

Por lo que se sabe, el trabajo de embalsamamiento de Zarco fue de primerísima calidad como a todo alto personaje importante debe de ser. Una vez terminado el asunto, los técnicos contratados entregaron a don Francisco en la casa de Sánchez Solís, se sabe, vestido con levita y con una gorra en la cabeza. Si se creyó que con eso terminaba la historia, resultó que no, pues a continuación Sánchez Solís puso al cadáver ante una mesa, bien sentadito –lo que habla muy bien de la flexibilidad que conservó el cuerpo-, con una pluma en la mano y en actitud de escribir.

Aquí el chisme histórico tiene dos versiones: una dice que la zarca momia se quedó “por espacio de unos seis meses” en tan elegante pose, en la casa de Sánchez Solís, y después de transcurrido aquel lapso, el diputado le devolvió el marido a la viuda, quien procedió a sepultarlo. Otras versiones aseguran que Zarco se quedó “años” bajo la tutela de su cuate, hasta que algunas amistades convencieron a Sánchez Solís de que ya estaba bueno de andar jugando a los muertos vivos y que era justo y pertinente mandar a don Pancho a ocupar su reservación en San Fernando.

El asunto de Zarco embalsamado quedó entre los integrantes de la familia Mateos como una curiosa historia familiar. Hay datos de que, a mediados del siglo XX, aún vivía una sobrina del periodista, Lupita Mateos, quien, en la novena década de su vida, aún contaba que de muy chiquita, vio a la momia de su tío Pancho, sentada con su gorra y su pluma en la mano.

Esta entretenida historia rebotó, como era inevitable, en la prensa de fines del siglo XIX.  En 1874, en ocasión de un homenaje que una organización literario-cultural, como era el Liceo Hidalgo, rindió a Sánchez Solís, se recordó el asunto del embalsamamiento y tiempo extra en la tierra de Francisco Zarco. La nota, publicada en El Constitucional, del 14 de abril de 1874, mereció la atención de un personaje del siglo XX,  Antonio Martínez Báez, quien decidió averiguar si el chisme era cierto, y, según le contó al compilador de las obras de Juárez, el ingeniero Jorge L. Tamayo, se apersonó en San Fernando y abrió el nicho en el que, finalmente y después de tanto relajo, dormía Zarco la siesta de la eternidad.

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Martínez Báez debe haber suspirado con alivio cuando, al abrir el nicho, encontró a don Pancho, en admirables condiciones. Lo que reportó el buen señor en la segunda mitad del siglo pasado, es que Zarco, vestido como la historia familiar señalaba,  “estaba en buen estado”, lo mismo que la madera del ataúd. Agregaba Martínez Baéz que, fuera de algunos detallitos, como el hecho de que los ojos de vidrio que tenía puestos el periodista se habían hundido en las fosas oculares, y se le había desprendido el cabello del cráneo, al igual que el gran bigote de la cara, Zarco estaba perfectamente reconocible, incluida su aguileña y pronunciada nariz.

En los años setenta del siglo XX, una ocurrencia de Luis Echeverría sacó a don Francisco Zarco de su nicho y lo puso en tierra, en el mismo San Fernando, a unos pocos metros de la tumba de la familia Juárez Maza. Algunos opinan que la tumba setentera es bastante fea. Eso sí, conservaron la placa de mármol negra con letras de bronce que le pusieron de adorno en 1869.

Pero por lo pronto, les dejo una nota, chiquitita, publicada en El Siglo Diez y Nueve, el 10 de agosto   de 1870, es decir, poco más de medio año después de la muerte del redactor jefe del periódico. No tiene desperdicio y cierra esta entretenida historia de un cadáver ilustre:

 

EL VERDADERO ENTIERRO DEL SEÑOR ZARCO.

Ayer, a las seis de la tarde, acompañado sólo de varios amigos y con el mayor silencio, ha sido sepultado en el panteón de San Fernando el cadáver del antiguo redactor en jefe de El Siglo. Habían permanecido los restos del señor Zarco depositados en la casa del Sr. licenciado Sánchez Solís, donde el doctor Montaño emprendió embalsamar el cuerpo de una manera perfecta y con todas las reglas más modernas de la ciencia.

El resultado ha sido satisfactorio, según nos han informado las personas que asistieron ayer al entierro; y concluida la operación, para la que se han necesitado muchos meses, los restos de aquel distinguido escritor descansan ya en paz en su última morada.

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