Inicio Historia de DurangoLeyendas de Durango La Dama de la Calle Luna (Leyendas de Durango)

La Dama de la Calle Luna (Leyendas de Durango)

por Elena Uribe

El barrio de Tierra Blanca es de los más antiguos de la ciudad de Durango en virtud de que su cercanía al templo de Analco, lugar donde se edificó la primera ermita en territorio Tepehuan en el año de 1556, hizo que fuera de las primeras en poblarse.

El nombre de Tierra Blanca, lo recibe de la tierra de ese color que abundó en la zona, tierra arcillosa que se usó mucho en las construcciones para compactar el techo, razón por la que también le decían tierra de azotea. Por su antigüedad esta lleno de leyendas y los pobladores de la zona, acostumbraban en las tibias tardes de los meses de abril, mayo y junio sentarse en las puertas de sus casas a contarles leyendas a sus hijos y naturalmente también la escuchaban los vecinos.

Tiempos aquellos del Durango antiguo que se fueron para no volver jamás. Las leyendas del carretonero de Analco, la casa de Heraclio, el perro negro de la calle bravo y otras más, datan de aquellos tiempos de que se quedaron escondidos para siempre en el arco de nuestros recuerdos.

También la leyenda que ahora les contamos que algunos la titulan la dama esbelta de la calle de Urrea y otras le dicen la muchacha de cuerpo de tentación y cara de arrepentimiento, es de ese ramillete de leyendas que nos contaban los ancianos cuando rodeados de chiquillos empezaba diciendo don José María: Aunque usted no lo crea, lo que les voy a contar a mí me sucedió y se los cuento por que no quiero que a ustedes les suceda.

Una vez cuando la luna se había ocultado en el poniente y los gallos de la media noche empezaban a cantar yo caminaba a paso lento por la calle de Urrea y lo hacia lento por que venia muy cansado de trabajar el turno en la casa redonda y había salido a las once en punto.

Cuando pase el puente de la pesadilla y me enfilé rumbo al sur mas o menos en la cuadra de la escuela revolución advertí que caminaba como a cincuenta pasos delante de mi una mujer alta de cuerpo delgado y bien proporcionado. Se balanceaba ligeramente al andar como lo hacen las muchachas jóvenes para despertar la atención de los muchachos que las contemplaban. Enfundada en un vestido cortado a su medida lucia su cuerpo femenino de extraordinaria belleza.

Al atravesar una de las boca calles entre Arista la brillante y amarilla luz del foco ilumino su cuerpo, que por su belleza era capas de seducir al hombre mas frió e indiferente.

Yo hombre cincuentón a quien no le hacen caso las muchachas, me olvide de mi edad y decidí conquistar a aquella mujer que a paso lento pero segura avanzaba delante de mi.

Apresuré el paso para darle alcance, pensando que de un momento a otro llegaba a su casa y me privaba de mi intención de cuando menos echarle un piropo de enamorado.

Cuando advertí que la distancia no se reducía, acelere mis pasos para acercarme un poco mas a esa bella mujer que no me cansaba de contemplar. La muchacha a mi juicio aparentaba unos veinte o veintidos años y era sumamente raro que andubiera sola a las doce de la noche por la calle de Urrea, zona solitaria en la década de los treintas cundo las cosas ocupaban mucho espacio por los solares que poseían.

Mil pensamientos cruzaban por mi mente y en mi razonar atropellado llegue a la conclusión que se trataba de una mujer liviana que salía de sus casa a esas horas dispuesta de encontrar a un hombre con quien pasar la noche y recibir por sus favores unos cuantos pesos con los que se hacia vivir ella y su familia, si la tenia. Me entusiasmaba la idea de hacerla mi novia por su belleza y juventud y luego de que ella se desengañara de que yo no era casado, entonces casarme con esa mujer bella aunque yo ya estuviera un tanto fuera de edad.

Decidido a todo, acelere el paso dispuesto a colocarme a su lado, saludarla con atención y luego sacarle plática que seria el preludio de nuestra relación amorosa. Aceleré mas el paso, tanto como mi capacidad de andarín me lo permitió pero nunca la pude alcanzar. La distancia de tres a cuatro pasos parecía que nunca acortaba, sin embargo ella en su espalda se mostraba serena, sin apuros ni precipitaciones y la indiferencia o valentía que mostraba para caminar de noche sola, me parecía a mi una gran interrogación.

No supe cuantas cuadras caminé siguiendo a aquella mujer de cuerpo sensual y escultural y solamente recuerdo que fue exactamente en la cuesta o subida de la calle cuando le di alcance y enloquecido por mis pensamientos de lujuria, antes de hablarle, quise, tomarla de la Cintura por que yo quería sentir el cuerpo cerca de mí.

El cabello ondulado que caía graciosamente debajo de los hombros, me había impedido mirar algo de su cara para adivinar con mediana exactitud sus facciones. Sin embargo, la proporción de su cuerpo y gracia en el andar siempre me llevaron a pensar que su cara era delgada, de color empañado y expresión angelical. Cuando ella sintió que le había puesto la mano en la cintura, volteo su cara para contemplarme y que yo la contemplara, pero no tuve tiempo de mirarla, como fulminado por un rayo caí al suelo y permanecí tirado en aquel sitio por toda la noche.

A la mañana siguiente desperté, era mediado del mes de mayo, cuando el sol sale temprano y antes de las seis de la mañana empieza a iluminar con su luz amarilla los pretiles de las casas.

Hasta entonces me di cuenta de que estaba tirado en la calle y las personas pasaban y me veían.

No falto quien dijo:

-Es don José María que anoche se le pasaron las copas y no pudo llagar a su casa. Antes que nada, luego, luego, recordé lo que había pasado la noche anterior y mi cuerpo se llenó de escalofrío y de espanto al recordar la cara de la muchacha a la que había intentado tomar de la cintura.

Era un esqueleto, una calavera sin ojos, sin nariz sin mejillas que me causaba pavor y espanto recordarla.

A nadie quise contar lo que me había sucedido por que me iban a juzgar de loco y en el momento dado dude de lo que había visto, pensando que había soñado hasta que Don Cristóbal, hombre más joven que yo, me contó lo que había sucedido y también se desmayó al verla.

Pronto se corrió la voz generalizándose el hecho de que han sido muchos trasnochadores quienes han vivido esa experiencia desagradable. Todavía después de cincuenta años, la historia se repite hay quienes manifiestan que han visto la misteriosa mujer no a las doce de la noche, si no entre nueve y diez.

Quienes han escuchado la leyenda, no se atreven a seguirla, se santiguan, rezan y cambian de calle.

Sin embargo, la esbelta dama de la calle de Urrea, sigue transitando por su calle, pero ya no encuentra quien la siga.

Así nos contó la historia don José María hombre bonachón que nunca se casó y le gustaba mucho platicar leyendas de Durango Antiguo cuando los chicos nos sentábamos en la orilla de la butaca a escuchar sus relatos.

El tiempo ha pasado, algunas calles ya cambiaron de nombre, muchas casas fueron remodeladas y se modificaron sus fachadas, pero las leyendas de los viejos tiempos, siguen cultivando a los niños que las escuchan.

Transcrito por:

[templatebuilder name=”Autor: Victor Palencia”]

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2 comentarios

Shava pálmer 27/10/2017 - 5:47 PM

Porque si los hechos ocurrieron a partir del puente “la pasadita” como yo lo conocí, o “pesadilla” que salía casi derecho por la calle Urrea y a la izquierda la calle bravo, se le llamo a esta leyenda ” la dama de la calle Luna” si todos los acontecimientos ocurrieron a lo largo de esa calle “Urrea” y no en la de luna?

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ariadna abigail 23/11/2018 - 3:41 PM

la leyenda de la dama luna es bien larga

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